En la civilización occidental, el hombre siente que su vida se desarrolla, según lo que podría llamarse “tiempo del sentido común”, fluyendo de manera lineal del pasado al presente y del presente al futuro, con las implicaciones que esto tiene: irreversibilidad, duración y periodicidad. Pero este “esquema temporal” no lo tienen los niños cuando nacen, sino que lo van adquiriendo en los primeros años de sus vidas, moldeados por las costumbres, ambiente y lenguaje, conforme se van sometiendo a las normas, leyes y convenciones culturales (Blanck-Cereijido y Cereijido, 1988).
Para Azzollini, González y Gómez (2004), la estimación del tiempo resulta una capacidad esencial de la mente humana, pudiendo estudiarse las experiencias temporales de distintos modos, dependiendo de si se enfatiza la simultaneidad, la sucesividad, el orden temporal, la duración o la perspectiva temporal.
Por otra parte, la percepción que tenemos del tiempo transcurrido no siempre se ajusta a la medida objetiva de dicho tiempo, ya que, la edad es uno de los factores importantes a la hora de valorar esa percepción del tiempo, como indica Fraisse (1998):
“Hay un hecho dominante: cuanto mayores nos hacemos, más cortos nos parecen los años, por oposición al recuerdo que tenemos de las duraciones de nuestra infancia. Este hecho tiene dos explicaciones complementarias: A los sesenta años, el año vivido no es más que la sesentava parte de nuestra vida. A los diez años, era la décima parte. Las proporciones han cambiado. Pero lo que ha cambiado, sobre todo, es la diferencia en la novedad de los hechos vividos. En nuestra infancia siempre había cosas nuevas para nosotros, hechos remarcables de los que conservamos recuerdos reales. En la vejez está ya todo visto y nuestra memoria guarda pocos recuerdos.”
Pero, a pesar de que eso es lo que habitualmente suele creerse, no es del todo exacto, de hecho, Gambara, Botella y Gempp (2002), en un meta-análisis, encontraron que la experiencia subjetiva de la duración es mayor cuanto mayor es la edad, lo que parece sugerir que con la edad el reloj interno va más rápido o que las personas mayores asignan más recursos atencionales al paso del tiempo. La explicación que encuentran a esta contradicción es que sería la diferencia entre el tipo de tareas empleadas lo que conciliaría la aparente contradicción entre los resultados de las investigaciones sobre la relación entre edad y tiempo subjetivo y las creencias populares sobre la cuestión. Cuando en el intervalo de tiempo a medir se realiza una tarea “llena” (durante todo el intervalo se presenta estimulación o los participantes tienen que realizar alguna tarea durante su transcurso), parece que transcurra más rápido a medida que pasan los años, en cambio ocurre lo contrario cuando la tarea de los intervalos es “vacía”.
Esto tendría implicaciones prácticas, puesto que la percepción del tiempo es uno de los elementos psicológicos con los que las personas organizan y planifican sus actividades, por lo tanto, saber cómo funcionan estas distorsiones nos permite comprender cómo actúan las personas mayores y así desarrollar estrategias compensatorias diseñadas para minimizar el impacto potencial que pueden tener dichas distorsiones en el desarrollo de sus actividades, por ejemplo, en el cálculo que pueden hacer del tiempo necesario para cruzar una calle o para llegar puntualmente a una cita determinada, etc.
El conocimiento de la percepción subjetiva del tiempo, no sólo tiene aplicaciones en el caso de las personas mayores, también puede resultar muy útil en el ámbito sanitario, por ejemplo, Bayés (2000), en relación con los cuidados paliativos, llega a las siguientes conclusiones:
1. La percepción subjetiva del tiempo de un enfermo en situación terminal nos puede servir como un indicador de su grado de confort o bienestar, y/o para validar otros instrumentos de evaluación de este constructo teórico psicológico.
2. En la medida en que sea posible, es importante tratar de disminuir los tiempos de espera de los acontecimientos que sean importantes para el enfermo o/y el grado de incertidumbre que comporten. Las demoras innecesarias en la comunicación o presentación de algo esperado que pueda representar una buena noticia o un acontecimiento agradable para el enfermo equivalen, de hecho, a incrementar su tiempo de sufrimiento.
3. Es preciso ser conscientes de que en el acompañamiento de un enfermo es necesario adaptar nuestro tiempo subjetivo al tiempo subjetivo del enfermo.
4. En el proceso de morir: a) cada enfermo tiene unas necesidades –y un tempo– diferentes; b) probablemente, si consideramos el problema en su globalidad, existen diferencias culturales entre las necesidades de nuestros enfermos y las de los enfermos de otros países; y c) para la mayoría de personas de nuestra cultura los aspectos emocionales son prioritarios.
5. En el proceso de morir, los pensamientos –por ejemplo, el “deseo de vivir”– pueden cambiar con tanta rapidez como los síntomas somáticos. Las investigaciones o las decisiones que presuponen que las respuestas psicológicas y emocionales de los enfermos en situación terminal a cuestiones importantes permanecen invariables, corren el riesgo de no ajustarse a la realidad.
También en psicoterapia encontramos propuestas en las que está implicado el tiempo, de hecho, Zimbardo y Boyd (2009) indican que “en realidad, toda la psicoterapia se puede considerar un intento de trabajar desde el presente para tomar el control del pasado y, en consecuencia, del futuro. Diferentes escuelas psicológicas destacan la importancia de distintas dimensiones temporales, pero todas trabajan desde el presente”. La propuesta de estos autores, basada en sus estudios, resulta interesante pero difícil de explicar en pocas palabras, por lo que se tratará en una próxima entrada.
Referencias:
Azzollini, S.C., González, F.F. y Gómez, M.E. (2004). La relación entre la capacidad de atención dividida y la estimación prospectiva del tiempo. Interdisciplinaria, 21(2), 195-212. Obtenido el 19 de enero de 2010 de http://www.scielo.org.ar/pdf/interd/v21n2/v21n2a03.pdf
Bayés, R. (2000). Algunas aportaciones de la psicología del tiempo a los cuidados paliativos. Medicina Paliativa, 7(3), 101-105. Obtenido el 19 de enero de 2010, de http://www.cuidadospaliativos.org/archives/Algunas%20aportaciones%20de%20la%20psicologia.pdf
Blanck-Cereijido, F. y Cereijido, M. (1988). La vida, el tiempo y la muerte. México: Fondo de Cultura Económica. Obtenido el 19 de enero de 2010, de http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/ciencia/volumen1/ciencia2/52/html/lavida.html
Fraisse, P. (1998). El tiempo vivido. Apunts. Educación física y deportes, (53), 7-9. Obtenido el 19 de enero de 2010, de http://articulos.revista-apunts.com/53/es/053_007-009_es.pdf
Gambara, H., Botella, J. y Gempp, R. (2002). Tiempo vacío y tiempo lleno. Un meta-análisis sobre los cambios en la percepción del tiempo en la edad. Estudios de Psicología, 23(1), 87-100. Obtenido el 19 de enero de 2010, de http://www.sigmas.cl/papers/MetanalisisTiempo.pdf
Zimbardo, P. y Boyd, J. (2009). La paradoja del tiempo. Barcelona: Paidós.
Permalink: http://medicablogs.diariomedico.com/reflepsiones/2010/01/23/la-percepcion-subjetiva-del-tiempo/
Autor: Luis Aparicio Sanz
Fotografía: Flickr
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